Cuáles son los trabajos socialmente mas relevantes e imprescindibles para la supervivencia

La tiranía del empleo como norma

 

Fuente: Diagonal. Chus, Ruth y Sua. Chus es del colectivo Las Tejedoras, Ruth y Sua son de Feminismos 15M. Todas son feministas anticapitalistas

 

Un deseo, un lujo, un bien escaso que cuidar a toda costa, la realización personal, la promesa electoral más repetida, un estado en peligro de extinción, la puerta para obtener –cada vez menos– ingresos que son a su vez la puerta para obtener –cada vez menos– derechos –vivienda, salud, educación…–. ¡Oh! El empleo.

El empleo en el centro, la cultura del empleo-norma

Organizamos nuestras sociedades y nuestras vidas en torno al empleo: hábitos, expectativas, leyes, identidades, relaciones personales… Todas las actividades más allá de Él –como los trabajos de cuidados o la participación social y política– son secundarias, permanecen en la sombra, incluso se ven como una carga –las ‘cargas familiares’, por ejemplo– que frenan el desarrollo profesional. Paradójicamente el sostenimiento de la vida tiene mala consideración social, cuando en realidad son las condiciones laborales precarias las que nos dificultan las relaciones personales, los trabajos de cuidados, gozar de salud…: el famoso «vivir para trabajar vs. trabajar para vivir».

Por ello, moldeadas y programadas en este sistema capitalista y
heteropatriarcal, nuestra máxima preocupación es la falta de empleo, y nos resulta imposible imaginar y poner en práctica alternativas que trasciendan la empleo-normatividad. Bajo el pretexto de la creación de empleo, se sacrifican y recortan derechos básicos, se resitúan corrientes conservadoras y se profundizan las desigualdades sociales. A pesar de todo, seguimos soportando un chantaje social injusto e irresponsable.

No queremos más de lo mismo

Sin embargo, si viajáramos años atrás, cuando incluso se fantaseaba con lograr el pleno empleo, o si mañana escucháramos el grito eufórico de “fin de la crisis”, cabría preguntarse: ¿de verdad nos sirve?, ¿a quiénes?, ¿esta clasificación y distribución de todos los trabajos realmente puede ser reformada hasta arrojar justicia económica? No nos conformamos. Este esquema, diga el PIB lo que diga, se basa en explotación vs. privilegios, no es sostenible en términos ecológicos ni sociales, y, como sabemos, desprecia y se aprovecha de una gran parte de trabajos indispensables para la
sociedad.

Debemos transitar desde propuestas y medidas más reactivas, que no están cuestionando el sistema y responden dentro de la misma (i)lógica laboral capitalista –un «más de lo mismo” que encontramos, entre otros, en el paquete de los sindicatos mayoritarios–, incluso de propuestas aparentemente ‘rupturistas’ que proponen la abolición del trabajo o su reducción drástica –y que caen de nuevo en ignorar los trabajos de cuidados…–, Incluso propuestas aparentemente ‘rupturistas’ que proponen la abolición del trabajo o su reducción drástica, caen de nuevo en ignorar los trabajos de cuidados hacia un debate social de mayor calado, donde los distintos agentes sociales se responsabilicen de las necesidades y trabajos socialmente relevantes –la famosa corresponsabilidad–. Sin obviar que habrá medidas cortoplacistas y de resistencia a adoptar, pero que no nos pueden desvirtuar ese horizonte estratégico.

Y más aún. Habrá que reconocerse en los privilegios que ostentamos para poder desmontarlos, cada cual desde su lugar. Del mismo modo que existe una división sexual del trabajo o una división por razón de clase, donde ciertos trabajos siguen siendo los más deseados y valorados –intelectuales, creativos, desde y para el poder, trascendentes–, realizados mayoritariamente por hombres –y que las mujeres han tomado como patrón al que sumarse–, también asistimos a una división internacional del trabajo cuya fórmula es extrapolable. Países ‘centro’, listos y ricos, dedicados a trabajos de primer orden, ‘masculinizados’, que funcionan gracias a los cuidados, a los trabajos más físicos y a la enorme deuda de tiempo que acumulan los países ‘periferia’ –’feminizados’ en este sentido–. Países ‘champiñón’ que, surgidos de la nada y sin sudar, nos encontramos con la comida preparada, la ropa fabricada y la basura recogida.

Como un último reto, de los muchos que tenemos, recogemos el plano de la ética y la cultura –casi nada–. El individualismo imperante nos ha calado al punto de no encontrar, habitualmente, soluciones colectivas y sostenibles, aun cuando podríamos inspirarnos en experiencias del pasado o en luchas e iniciativas del presente. Así, comerle tiempo al trabajo asalariado a favor de aquellos necesarios para la reproducción social y respetuosos con el planeta, o subvertir la actual escala de valores, significados y referentes sociales supondría un marco ético para la acción radicalmente distinto, vital y rompedor.

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