15MAcciones

13 Años del 15M. La oportunidad truncada de regenerar la democracia.

Apenas quedan ya rumores de aquella efervescencia del 15M que revolucionó la política y a la sociedad en su conjunto. Apenas quedan grupos testigos de aquellas ansias de democracia real que llenaban las plazas de asambleas, de voluntad de justicia y libertad. No importa, el 15M sucedió. No se puede borrar de la historia y es necesario mantener su memoria para poder entender la política actual y transformarla. Las principales reivindicaciones siguen estando más vigentes que entonces, comenzando por la reivindicación de «Democracia Real» y el cántico protesta: «Lo llaman democracia y no lo es». En estos 13 años hemos visto cómo se han seguido deteriorando las instituciones que deberían sostener la democracia y las corporaciones que la instrumentalizan. Hemos comprobado la capacidad que tienen las élites económicas para condicionar la vida política, sin ser elegidas por nadie, creando y financiando partidos de escasa convicción democrática, controlando y dirigiendo prensa y otros medios de comunicación. Hemos comprobado el deterioro de la política y los políticos que han convertido sus aparatos de partido en máquinas de ganar elecciones por cualquier medio. Hoy sabemos lo cierto que es que «no hay pan para tanto chorizo» y asistimos con perplejidad al escandaloso espectáculo de verlos pelearse por quién es más corrupto. Es cierto que no todos los políticos son iguales, pero el sistema se ha confabulado para hacernos creer que sí, utilizando a la justicia, a la policía, a los medios de comunicación, a las leyes y hasta las cloacas del estado para convencernos de que todos son iguales. La persecución a Vicky Rosell ha sido paradigmática de la confabulación de distintos poderes contra el juego democrático limpio, y no ha sido precisamente el único caso. Hemos visto continuas admisiones a trámite de denuncias falsas contra Podemos, que inundaban titulares durante meses y luego se quedaban en nada. Hemos visto condenas políticas sin pruebas, solo con el testimonio de un policía y contra la evidencia de otras pruebas gráficas. Contra el 15M se ha utilizado todo, desde el desprecio clasista de Esperanza Aguirre llamando perroflautas a quienes reclamaban una democracia real, la policía aplicándose con entusiasmo contra manifestantes pacíficos, hasta el recurso al legislativo aprobando una Ley Mordaza que limita el ejercicio de los derechos y las libertades, con la finalidad de que no pueda repetirse otro 15M y que ha servido para reprimir protestas y propuestas de otros movimientos, sin que haya visos de que vaya a ser derogada.

Pedro Sánchez ha tardado demasiados años en pararse a pensar en el deterioro de la democracia. Se veía venir mientras su partido observaba, se complacía o colaboraba con la criminalización de la protesta pacífica, se utilizaba a la policía para el acoso político, la elaboración de pruebas falsas, el falso testimonio, la represión brutal y poco respetuosa con los más elementales derechos, o ese espectáculo tan bochornoso que supone la infiltración policial en movimientos sociales. Hoy sabemos que tenemos una policía totalmente politizada, en su inmensa mayoría de extrema derecha, con escasa voluntad de servicio a la población y escasa formación en el respeto y defensa de los derechos humanos. Todo ello es sabido sin que el gobierno haya hecho nada por depurar responsabilidades, acabando con la arbitrariedad y los abusos policiales. El lodazal en el que se mueve la máquina del fango hace mucho tiempo que se puso en marcha. Todo valía contra el 15M, toda valía contra los independentistas, todo vale ahora contra las protestas climáticas que algunos poderes del estado han llegado a tildar de terrorismo. ¿Por qué no iba a valer todo también contra Pedro Sánchez?. ¿Habremos aprendido la lección de que cuando se recortan derechos y libertades nos estamos cortando las alas también a nosotros mismos?, ¿que cuando se consienten violaciones de derechos humanos nos degradamos a nosotros mismos?

Hace ya mucho tiempo que la mentira, la propaganda y el bulo se han puesto de moda. Hace años que entramos en guerra con un país lejano que nada nos había hecho basándonos en la mentira de que Irak tenía armas de destrucción masiva. Hoy seguimos ayudando a destruir Ucrania en una guerra plagada de mentiras y propaganda que nos ha empobrecido, nos lleva a un despilfarro militar descomunal y pone en riesgo a toda la población. Una militarización innecesaria y perniciosa que está teniendo ya graves consecuencias. Hemos abandonado a las personas migrantes negándoles los más elementales derechos. Se han olvidado ya de invertir en políticas eficaces que puedan paliar la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad o las múltiples formas de contaminación que afectan a la salud del planeta y, por tanto, al presente y al futuro de las generaciones venideras. La explotación irracional del planeta no ha supuesto una mejora de vida para la mayoría de la población. La riqueza se concentra cada vez en menos manos mientras aumentan la pobreza y el hambre, una realidad insostenible que no se quiere ver ni atajar políticamente.

El criminal espectáculo que Israel está dando al mundo con la colonización y el exterminio en Gaza, con la complicidad de occidente, nos da una buena idea de la degradación moral de la sociedad, de nuestra exposición a la propaganda y al engaño, así como de la necesidad de un nuevo «orden mundial». Pero también nos muestra la capacidad de solidaridad de numerosos colectivos que en los países paladines de las libertades son brutalmente reprimidos por la policía, criminalizados por los políticos y seguramente condenados por los jueces por negarse a contemplar pasivamente el espectáculo de un genocidio. Que no canten victoria los amos del mundo y los señores de la guerra. ¡La lucha sigue, cueste lo que cueste!