11 de septiembre de 1973
Ya sabíamos por la televisión monopolista que un señor muy justo y comandante en jefe del ejército había salvado a la sociedad chinela de un malvado socialista, el Presidente Allende, mediante un golpe de estado. Pronto vimos la cara del militar con su bigotito franquista, sus gafas de sol y el rictus de hombre cruel, con los brazos cruzados después de haberse merendado a miles de compatriotas que no pensaban como él. Unos detalles menos sectarios encontré en el diario Informaciones, que era lo único decente que podía leerse por aquellos años. Hasta que una semana después compré la revista Triunfo, en el quiosco de la esquina. Aún hoy me pregunto cómo la censura de Franco lo permitía. La portada era negra con la palabra Chile en blanco que ocupaba casi todo el espacio. En aquellos artículos quedó claro que Pinochet pasaba a ser la cabeza visible de una férrea autarquía, ejecutor indirecto del Presidente Allende que defendió la democracia con casco y fusil, sabiendo que después del bombardeo del Palacio de La Moneda, lo iban a suicidar en nombre de no se sabe qué, por una conjura de necios encabezada por un militar infiel.
Este episodio marcó mi vida, mi pensamiento político y mi indignación llegó al extremo de involucrarme cada vez más en los movimientos clandestinos pero con cautela, tenía demasiado miedo a la policía social, eufemismo de hago contigo lo que quiero, o disparo al aire y te mato; terror a las torturas o a la claustrofobia de los calabozos. Asistía a reuniones informativas donde se discutía sobre Mao, Marx, el Che, Trotski, Bakunin, las democracias escandinavas, Stalin o Enver Hoxha. En algunas de estas reuniones había exceso de proselitismo, pero salió un grupo independiente, con el gazpacho de las ideas filosóficas anteriores, que me ayudó mucho en mi formación política, sentido de la amistad, compañerismo y solidaridad. Luego, salíamos de la casa o del local, de uno en uno, mirando a derecha e izquierda y viendo enemigos y a los de la Brigada político-social por doquier. De nuevo en el Paraninfo, dejábamos la política y la cambiábamos por cerveza y risas.
Aquellos días no hacíamos más que escuchar a Quilapayún o a Victor Jara, los primeros se salvaron porque estaban de gira por Francia aquél fatídico día, conseguí verlos en directo años más tarde, recodando a su compañero. Pero el profesor y cantante, autor de Te Recuerdo Amanda, fue detenido junto a colegas y alumnos, llevado a un campo de futbol que lo militares usaban para cometer genocidio con sus propios ciudadanos. En el Estadio de Chile, fue torturado y asesinado, su cuerpo tenía quemaduras de cigarro, las manos con las que tocaba la guitarra, machacadas y cuarenta impactos de bala.
Al año siguiente de todo esto cayó en mis manos Tejas Verdes, descubierto en Visor Libros, una tienda de Arguelles dónde nos abastecíamos de libros casi prohibidos o a punto de ser retirados, escrito por Hernán Valdés que, pasó la censura franquista inexplicablemente. Devoré sus páginas pero ahora sería incapaz hay que tener mucho estómago cuando una persona torturada relata su cautiverio y su martirio.
Siempre se revuelve esta historia en mi cabeza, ocho años más tarde vi una espléndida película, Desaparecido de Costantin Costa-Gavras, con un buen guion y una magnífica interpretación de Jack Lemmon que busca a su hijo, un periodista norteamericano, por todo Santiago de Chile. Pero las cosas no quedan ahí, pasaron diez y ocho años hasta la siguiente, que fue el arresto de Augusto Pinochet por el juez Baltasar Garzón por violaciones de los derechos humanos, pero estuvo en arresto domiciliario, en Londres, dos años con su silla de ruedas, regresó a Chile donde se le recibió con honores y milagrosamente se levantó de su trono andante, cual Lázaro resucitado de sus tenebrosas cenizas, aunque todavía tuvieron que pasar seis años hasta su muerte.
No se cómo están las leyes en Chile cuarenta años después del golpe, si han condenado el fascismo, la dictadura, si han desenterrado todos los cadáveres de desaparecidos y entregados a sus familias; pero si sé que aquí no se ha condenado la dictadura franquista y que todavía hay muchas cunetas y paredones con restos que esperan su auténtico reconocimiento y restitución.
Joaquín Jiménez Arques. 8 de Septiembre de 2013