Horarios y jornadas de trabajo I (debate yayoflauta)
Ante el posible desánimo por la dificultad de cambiar las cosas que no nos gustan, el primer paso es empezar a pensar distinto y empezar a trabajar por temas. Para abordarlos, seguimos un enfoque transversal que tenga en cuenta lo personal, lo colectivo y el planeta.
El primer tema que hemos decidido abordar, son los horarios, las jornadas, el trabajo. ¿Qué hacemos al cabo del día y cómo nos organizamos? La idea es seguir analizando cómo han sido o cómo son nuestras vidas, contestando desde el presente o desde el pasado, desde nuestra experiencia o desde la experiencia que nos da ser testigos de la vida de los hijos, amigos, conocidos…
Exponemos aquí aportaciones al tema:
Hay que acabar con la confusión de que todo el trabajo es la jornada laboral y que todo los tiempos se miden a través del trabajo laboral. El trabajo de casa, de cuidado de los hijos y de las personas mayores es un trabajo que va más allá de la jornada laboral. Es un trabajo que te atrapa y que difícilmente se puede contabilizar.
Un gran problema es que la jornada laboral del cabeza de familia determine la organización de todos los tiempos del hogar. Cuando juntamos trabajo y tiempo lo que vemos es que es un indicador fundamentalmente de desigualdad social. En servicios abiertos 24 horas, al final el que trabaja por las noches y los fines de semana es el último eslabón. Los peores horarios se los lleva el que está en la escala laboral de manera peor, por tanto si hay que hacer una transformación de los tiempos y los trabajos, tiene que pasar por un pacto social, por negociaciones colectivas y por pactos sociales, porque si no acaba abundando en desigualdad social.
En el momento en el que estamos ahora, nadie está hablando de la reducción del tiempo de trabajo, cosa que la anterior crisis, en los años 90, sí se hablaba. Además estamos en una cultura empresarial que es muy presencial, es decir que valora muchísimo que todos estén en la empresa cuantas más horas mejor, aunque no estén haciendo nada, que estén disponibles para el jefe. Atajar esta cuestión es una responsabilidad social a través de políticas y de cambios socioculturales. Cuesta mucho cambiar la organización de los tiempos. Por ejemplo no se debería cenar a las diez de la noche, es una barbaridad, y esto debería cambiar. Los niños en la guardería comen a las doce, luego en primaria comen a la una, en la secundaria se han inventado la jornada intensiva y los adolescentes comen a las tres, es que lo estamos haciendo mal desde el principio. Los horarios actuales repercuten en más trabajo para las mujeres. Cuando ves el tiempo, lo que ves es una desigualdad de género, sobrecarga de trabajo y malestar. Necesitamos, de manera sincronizada y cotidiana, que las cosas acaben mucho antes. Es necesario entonces un cambio de mentalidad.
Los estudios nos dicen que los hombres que se implican más en el cuidado de los hijos son los hombres que salen antes de trabajar. La salida del trabajo es clave para la implicación de los hombres en el cuidado de los hijos, pero también tiene que ir acompañado de otras cosas. El primer cambio es tocar el horario de trabajo, es la pieza clave para la distribución de los tiempos, si no se cambian los horarios puedes cantar misa, porque es el tiempo de trabajo es sobre el que se organizan los otros tiempos.
Un tercio de las mujeres asumen en solitario el cuidado de los menores, la mitad de las mujeres que viven con personas adultas dependientes se hacen cargo en solitario de sus familiares y cuatro de cada diez mujeres realizan también en solitario las tareas del hogar. La sobrecarga de funciones y tareas que las mujeres cumplen en la vida diaria afecta de pleno a los factores de producción de una buena salud: las mujeres disfrutan de menos tiempo de sueño, descanso y ocio que los varones, realizan menos ejercicio físico, sufren prácticamente el doble de síntomas de dolor y malestar y problemas de salud crónicos tales como ansiedad, dolor cervical y lumbar crónicos y dolor de cabeza están presentes en el doble de mujeres que de varones. En conjunto, las mujeres declaran tener un peor estado de salud que los hombres aunque dicen encontrarse mejor que en décadas anteriores. La percepción de una salud de baja calidad presenta un gradiente negativo en función de la posición social de tal manera que las mujeres más desfavorecidas y vulnerables perciben tener un peor estado de salud con un diferencial de casi veinte puntos respecto a las mujeres mejor situadas.
Los horarios españoles contribuyen a que el tiempo propio de las mujeres, ya de por sí muy escaso, se vea continuamente fragmentado, interferido y recortado, perpetúan las largas e inefectivas jornadas de trabajo, refuerzan la opción del trabajo femenino a tiempo parcial y suponen un serio obstáculo para avanzar en la corresponsabilidad entre mujeres y hombres en las tareas de cuidado y domésticas.
Necesitamos horarios y usos del tiempo que nos permitan aligerar nuestras vidas Vivimos en la lógica del beneficio económico como bien supremo, por encima de cualquier otra consideración, y esa lógica condiciona nuestra vida entera, empezando por cómo vivimos en el día a día, cómo y a qué dedicamos nuestro tiempo.
El sistema no presta valor a todo eso y nos obliga a encontrar soluciones individuales, parciales, fragmentadas, a lo que tendría que ser un compromiso colectivo por encima de cualquier lógica mercantilista. La forma injusta y desigual de organizar la vida lleva a imaginar que si alguien ajeno a esta lógica del beneficio económico como bien supremo (un extraterrestre, por ejemplo) observara nuestra relación con el tiempo, extraería algunas impresiones curiosas: – Los humanos que vivimos en sociedades capitalistas necesitamos vender muchas horas del día (que se traducen en muchos años de vida) para satisfacer unas necesidades básicas imprescindibles para el mantenimiento de la vida: vivienda, agua, electricidad, acceso a la educación, derecho a ser atendidos, cuando caemos enfermos, por quienes nos pueden curar… Y lo hacemos aparentemente tranquilos y satisfechos, sin signos visibles de rabia, como si fuera lo más normal del mundo. – No todas las horas tienen el mismo valor; por poner solo algunos ejemplos: valen menos las horas de las mujeres que las de los hombres; valen más las horas que alguien ha considerado que tienen que valer más, produciéndose el sinsentido de que las horas que se dedican al cuidado de personas de la familia no valen nada, si ese mismo cuidado se prodiga a personas ajenas a la familia, valen algo (muy poco), y aunque esas mismas horas se prodiguen en actividades que esquilman, contaminan o destruyen el planeta o para fabricar armas que, obviamente, matan, pueden llegar a valer muchísimo.
Otra observación curiosa: como el sistema no parece haber previsto qué hacer con quien no dispone de horas para vender, bien porque no ha llegado a la vida adulta, porque es anciano, está enfermo, porque sus habilidades no cotizan en ese mercado de intercambio o por cualquier otra razón, cada cual, casi siempre de manera individual y provisional, vamos improvisando formas de suplir esa carencia y atender sus necesidades. Habría, claro está, muchísimas más observaciones curiosas, pero solo con esto creo que esa persona ajena a la lógica capitalista, ese hipotético extraterrestre, se preguntaría cómo es posible que hayamos aceptado como buena y natural esa forma de organizar la vida, y pienso que la explicación se encuentra en una triple ignorancia: – La ignorancia de la propia muerte, vivir de espaldas a la muerte, como si nunca fuéramos a morir, que nos lleva a no poner en valor nuestro tiempo, nuestras horas de vida, a no cuestionar las consecuencias en infelicidad y frustración de esa expropiación forzosa de tiempo vivido libremente a la que nos somete el sistema. – La ignorancia de la propia vulnerabilidad, de la necesidad de la atención mutua y el cuidado para poder vivir, es decir, la necesidad de vivir en comunidades donde acompañarnos y cuidarnos mutuamente. – La ignorancia de los límites de la naturaleza, del planeta, que conlleva que esquilmemos los recursos, los expoliemos, contaminemos, destruyamos o contribuyamos a destruir la vida indispensable para la vida. Muerte, fragilidad, vulnerabilidad, límites… son indisociables a la vida. Solo con no olvidarlo sería suficiente para empezar a construir un sistema alternativo donde primáramos, por encima de todo, por encima, claro está, del beneficio económico, las necesidades de atención, de cuidado, el respeto y la preservación de la naturaleza, de nuestra especie, de todos los seres vivos. Siempre da vértigo romper con lo conocido, pero cuando somos capaces de imaginar qué queremos dejar atrás y hacia dónde queremos ir, el miedo se transforma en ilusión.