Rajoy, parte del problema, no de la solución

 

Mariano_Rajoy_comparecencia_BárcenasRajoy bebe un vaso de agua durante la comparecencia de ayer, día 1, por el ‘caso Bárcenas’. / J. J. Guillén (Efe)

 

La economía no va nada bien. Las previsiones del FMI y de la OCDE niegan el optimismo interesado del gobierno. Que se hayan creado 149.000 empleos precarios y estacionales en el segundo trimestre de 2013, que haya pequeñas mejoras en la prima de riesgo o en las exportaciones tras la brutal devaluación interna, no es gran cosa. Las cifras de la realidad son argumentos contundentes. Seis millones de parados y un empobrecimiento generalizado de la población para que los beneficios de las empresas del Ibex 35 vuelvan a crecer un 19%; la pérdida de 36.000 millones de euros de ayudas a la banca mientras se siguen desahuciando a cientos de miles de personas de sus viviendas; una degradación de derechos sociales y laborales que conducen a que hoy tener un empleo no asegura una vida y una pensión digna. Demasiado paro, demasiada desigualdad, privatizaciones y saqueo para que Rajoy pudiera enmascarar sus responsabilidades en la comparecencia.

 

Rajoy reconoce que hubo sobresueldos. Sobre el caso Bárcena más que buscar la verdad, Rajoy resiste para que los hechos prescriban. Para que se anulen las actuaciones judiciales, para que todo quede en nada. Rajoy negó la contabilidad B y la financiación ilegal del PP, no habló de la romería de “donantes” que acudían a Génova, etc. Pero ¿qué valor tiene su palabra cuando ha incumplido su programa electoral en perjuicio de la ciudadanía? Después de mentir se pierde todo crédito. No parece que convenciera a nadie en el Parlamento, más allá de la bancada propia y seguramente a pocos en la opinión pública. Tampoco ha respondido a las preguntas concretas, en parte por desprecio a los grupos, pero especialmente para no pillarse los dedos. Sigue pisando un jardín lleno de  minas. No ha entrado en la “comisión de infraestructuras” del PP, cuánto cobró él en sobres y una larga lista de preguntas.

 

Tuvo dos reconocimientos obvios: su equivocación con el tesorero infiel y el cobro de sobresueldos: ”se han pagado sueldos, remuneraciones complementarias, anticipos o suplidos… como en todas partes, se ha pagado en blanco y se ha incluido el pago en la contabilidad”. Los temas son graves y no vale con un “me he equivocado”, como el de Juan Carlos de Borbón. No sólo se ha equivocado, ha mentido anteriormente: cuando negó los hechos y la relación con Bárcenas. Y a pesar de reconocer el pago y cobro de sobresueldos en el partido, Rajoy no asume ninguna responsabilidad política, que es lo que tocaba, por un imperativo de moralidad. Y habrá actos formalmente legales, pero que son profundamente inmorales, y no parece de justicia, cobrar sobresueldos, mientras, por ejemplo, se congelan salarios a los empleados públicos. Finalmente todo queda en un listado de propuestas de lucha contra la corrupción,  congeladas desde febrero, y que inspiran poca confianza cuando se es tan renuente a combatirla en el propio partido.

 

No hay referencias de Rajoy a las otras corrupciones, y no me refiero a los laberintos en los que se encuentran otros partidos como, por ejemplo, el PSOE con los ERE o CiU con el caso Palau. Hablo del asalto al poder judicial y a instituciones del Estado que deberían de gozar del principio de neutralidad e independencia. O de esa corrupción política conocida como la “puerta giratoria” de los expolíticos del bipartidismo que pasan a la empresa privada después de impulsar procesos de privatización y para utilizar el tráfico de influencias políticas.

 

Rajoy es la inestabilidad. Porque la estabilidad no es seguir a trancas y barrancas con un presidente tocado por todo tipo de sospechas y sin ninguna autoridad moral. Con una incompetencia -como poco- en el control de las finanzas de su partido que hacen dudar de su competencia general. La única credibilidad exterior de Rajoy es que asegura pagar la deuda exterior a los mercados, aunque los españoles no coman o se les expulse de sus viviendas. Solo hay que pegar un vistazo a lo que dice la prensa extranjera para  ver el escaso crédito político de un presidente que se esconde del Parlamento y solo a regañadientes da la cara.

 

La estabilidad que busca Rajoy no es la del país, es la suya propia y la de su partido. Para seguir aplicando lo que llaman reformas, que no es otra cosa que la continuidad del saqueo de los derechos sociales y ciudadanos. ¿Qué autoridad moral puede tener un presidente de gobierno y de un partido donde se han cobrado voluminosos sobresueldos mientras se recortaban salarios y gastos sociales? ¿Puede tener la cara de defender la imposición de unas reformas de pensiones y fiscal regresivas? ¿Qué pueden pensar 3.922.096 personas paradas, que no reciben ninguna prestación, de los sobresueldos en sobres marrones con billetes de 500 euros? La sociedad seguirá negando credibilidad a Rajoy con gran rigor y dureza, como señalaba la encuesta de Metroscopia última que desconfiaban de él a niveles del 90%. Seguirá la desconfianza hacia la política y la democracia y eso es lo que produce una mayor y  más profunda inestabilidad.

 

Lo importante es lo que permitamos los ciudadanos. Rajoy ni dimite ni adelantará elecciones. Se escuda en su actual mayoría absoluta, pero la verdad no puede alcanzarse por votación. A estas alturas la cuestión no está ya en lo que diga o haga, sino en lo que se le permita. La comparecencia de Rajoy no es un ningún debate de punto y final ni de fin de la cita. Es el comienzo de una segunda fase de la crisis política que acabará con la dimisión de Rajoy y la pérdida del poder político del Partido Popular. Pero dependerá de lo que pase ahora. De lo que haga la oposición, si mantienen la moción de censura, si siguen exigiendo elecciones anticipadas; si las acusaciones populares en el caso Bárcenas piden al juez que cite a Rajoy; de lo que siga desvelando Bárcenas. Sobre todo, dependerá de si la izquierda, los sindicatos y los movimientos sociales, todos juntos, convocan a la ciudadanía a la calle para desbloquear la situación política.

 

Esta vez no hemos perdido Cuba, pero sí la inocencia de pensar que esto era una democracia homologada y que la clase política era respetable; hemos descubierto, también, que España es poquita cosa en el terreno económico y en el panorama internacional, más allá de algún triunfo deportivo. Los ciudadanos esperan soluciones socioeconómicas y regeneración política. No hay impulso regeneracionista que no venga de la sociedad  y de la calle. Si falta la movilización los plazos se alargarán y el deterioro será mayor.

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