La obediencia ya no es una virtud

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Con motivo de la llamada de la Sra. Alcaldesa de Barcelona Ada Colau a desobedecer las leyes injustas, ha saltado un revuelo pelín hipócrita entre tertulianos, Ministro del Interior y otras autoridades llamando a la sensatez.

Defiendo que la desobediencia a una ley injusta no sólo es un imperativo moral para cualquier persona sensata sino que además, como ciudadano, debe buscar la complicidad de otros para convertirla en colectiva: Desobediencia Civil.

La desobediencia civil, lejos de ser una amenaza para la sociedad, es la garantía de progreso legal de la misma. Convendrán conmigo que sin las numerosas huelgas, manifestaciones, asambleas, repartos de octavillas, huelgas de hambre y un sin numero de actividades ilegales que se hicieron en el franquismo, seguiríamos en la dictadura, porque las leyes tienden a perpetuarse si nadie las cuestiona.

¿Puedo preguntar dónde estaban ustedes, Sr. Ministro, señores tertulianos, entre los que acataban las leyes injustas de la dictadura o entre quienes las desobedecían?

Si estaban entre los primeros dejen de dar lecciones de democracia. Si estaban entre los segundos, ¿de qué se escandalizan ahora? Podrán alegar que estando en democracia es otra cosa y ya no ha lugar a la desobediencia. No es cierto. Sin la desobediencia de miles de ciudadanos la esclavitud aún sería legal en los Estados Unidos, y si eso les queda muy lejano, sin la desobediencia de Rosa Park y las campañas de desobediencia civil del Movimiento por los Derechos Civiles liderado por Luther King, seguirían en pie leyes racistas y los negros teniendo que ceder su asiento a los blancos.

Siempre me ha sorprendido la indecencia y el fariseísmo con el que Jefes de Estado y Presidentes del Gobierno acuden a rendir pleitesía ante la tumba de Gandhi o Nelson Mandela. ¿Se han olvidado que fueron los desobedientes, los antisistema del momento? Insultados y despreciados, tachados de traidores a la patria y al imperio, vilipendiados por las autoridades, las gentes de bien, los oradores, los medios de comunicación, los sensatos periodistas del momento…. Sí, lean la prensa de la época.

Volviendo a nuestro país, sin un puñado de jóvenes que en los años 70 se negaron a hacer el servicio militar y los millones que les siguieron, el servicio militar sería aún obligatorio y nuestros jóvenes culminarían su formación intelectual aprendiendo a embrutecerse marcando el paso y obedeciendo órdenes absurdas entre borracheras y chistes machistas. Sí ya sé que también se hacían amigos. No he oído a ninguna autoridad pedir perdón por los padecimientos y humillaciones que sufrieron por parte de las instituciones y tantos ciudadanos “sensatos”.

Desde Antígona que, desobedeciendo las órdenes de Creonte, da sepultura a su hermano Polinice, la literatura y la historia abundan en la necesidad de la desobediencia. Lean sino a La Boètie “Sobre la Servidumbre Voluntaria”, a Henry David Thoreau, considerado el padre de la Desobediencia Civil, que se negó a pagar impuestos por su oposición a la guerra de Méjico y la esclavitud en los Estados Unidos. Su influencia fue decisiva en Tolstoy, Gandhi o Luther King, por citar sólo algunos de los más destacados “desobedientes”.

¿Por qué tanto interés en elogiar la obediencia hasta convertirla en una virtud? Muy sencillo, el Estado, la Iglesia, la Escuela, la Familia, prefieren tener ciudadanos, feligreses, alumnos e hijos obedientes, es más fácil y cómoda su tarea. Nadie nos enseña que hay situaciones en las que la única conducta responsable es la desobediencia. Lorenzo Milani lo explica muy claramente en su “Carta a los Jueces”:

Si damos la razón a los teóricos de la obediencia y a ciertos tribunales alemanes, sólo Hitler debe responder del asesinato de 6 millones de judíos. Pero Hitler era irresponsable porque estaba loco. Por lo tanto, aquel delito no ocurrió nunca porque no tiene autor. Sólo hay un modo de salir de este macabro juego de palabras. Tener el valor de decir a los jóvenes que todos son soberanos, que la obediencia ya no es una virtud sino la más sutil de las tentaciones”.

Es pensamiento común entre los practicantes de la desobediencia civil que tan importante es desobedecer las leyes injustas como cumplir con las leyes justas. Estamos pues, ante la síntesis, ni la obediencia ni la desobediencia deben ser un fin en sí mismas, sólo la responsabilidad nos debe llevar en cada momento a optar.

La Ley tampoco es un fin en sí misma, sino un instrumento que nos damos para facilitar y mejorar la convivencia. No temamos a los desobedientes, van de frente y la suelen hacer pública, pagando a veces un alto precio por buscar leyes más justas.

Temamos a los adoradores de la Ley que en su intimidad y en la oscuridad de sus conciencias las violan, dictándolas en beneficio propio, interpretándolas hasta desfigurar su intención, comprando voluntades judiciales, vendiendo prebendas y favores, indultando a amigos, condenando sin pruebas a enemigos, financiándose ilegalmente, haciendo negocio con los servicios públicos, apropiándose para su propaganda de los medios públicos de comunicación y, desgraciadamente, un largo etc.

Que no nos engañen, hoy son las Leyes Mordaza, si no las paramos, mañana vendrán más. Por responsabilidad, por instinto democrático no nos queda más remedio que desobedecerlas desde el minuto 1.

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