El año de las mareas
Durante 2012 ha habido más manifestaciones que en la Transición. La respuesta está siendo masiva y continua frente a las agresiones sociales. Dos huelgas generales (29 de marzo y 14 de noviembre), mareas multicolores en educación, sanidad, minería, justicia, empleados públicos, universidades, investigadores, transportes, servicios sociales, bomberos, medios de comunicación públicos y privados, mujeres por la igualdad, múltiples empresas y sectores, padres y madres de alumnos, pacientes, familiares de dependientes, pensionistas y jubilados,… y hasta policías, que han estado en los dos lados de la manifestación. También ha habido solidarios de todo tipo contra los desahucios, la represión policial, la ley del aborto, las tasas judiciales, las preferentes… Y activistas del 15-M o del 25-S, republicanos, etc. Han llenado las calles, las plazas, los centros de las ciudades, han rodeado el Congreso de los Diputados que se ha visto como una fortaleza asediada por aquellos a los que debía de representar, la ciudadanía. No hay inauguración gozosa, los ministros y altos cargos son increpados todos los días, huyen del pueblo, profundizándose la desafección.
La movilización ha sido tan intensa que ha habido días en los que era necesario elegir a qué manifestación acudir. Se exige un buen estado de forma para andar todo el día en la calle. En Madrid, por ejemplo, el trayecto Neptuno-Cibeles-Sol tiene metafóricas marcas de las manifestaciones continuas de los diferentes sectores y de todos ellos juntos. Muchísimas de ellas acaban en Sol, hasta el punto de que representantes del Gobierno han llegado a plantearse prohibirlas y sembrar la plaza de terrazas, para impedir que la protesta arribe en el corazón del país.
Las causas de esta gran agitación social son claras: la enorme crisis económica, social y política que estamos viviendo; y un gobierno despótico interesado en aplicar una durísima política neoliberal de recortes sociales, de desmantelamiento y privatización de lo público. Los ingredientes que nutren las movilizaciones son: una agresión social, un alto nivel de indignación, núcleos organizativos que preparan la lucha (sindicatos, pero solo en parte) y una amplia participación de las bases. Aparecen como constantes la defensa de lo público, del empleo y de los derechos adquiridos y fundamentales.
Pero los ataques no cesan. Y el gobierno no negocia. Se utiliza una táctica de guerra total: no se ha empezado a contestar a un ataque cuando surgen nuevas columna de humo alrededor. Pretenden desconcertar a los agredidos, sabiendo que cuando los golpes son de uno en uno, se intentan devolver, pero que cuando son múltiples, la reacción puede ser encogerse o salir corriendo. Pero también puede ser elevando el nivel de la contestación.
Y esa es la clave. Porque hay muchos ministros quemados, a los que se pide la dimisión con poderosos argumentos: Wert, Gallardón, Báñez… y hasta es probable que Rajoy los sacrifique, a corto plazo, para perder un lastre que lleva al cuello y le arrastra aún más hacia las simas del deterioro. Pero hay una reflexión a hacer: no podemos estar pidiendo cada día la dimisión de un ministro, cuando el máximo responsable de lo que está pasando es Rajoy. Por ello, está llegando el momento de pedir la dimisión de todo el Gobierno. Por su incompetencia, por su agresividad hacia las capas populares, porque está empobreciendo a este país, y expropiando a sus ciudadanos de derechos y servicios públicos básicos. Porque si nos dejamos, acabaremos haciendo como en Grecia: enajenar el país, su patrimonio, sacándolo a la venta.
Es muy llamativa su brutalidad en el ajuste, la total ausencia de negociación, el uso de maniobras y personajes de distracción (tipo Wert) sobre los problemas reales. Como si estuvieran practicando una política de tierra quemada, para luego quitarse de en medio entregando el poder a la troika a través de un gobierno técnico tras el rescate, si no fuera posible uno de “concentración nacional”.
Este gobierno está deslegitimado por varias razones: gobierna en contra de la mayoría de la población, hace lo contrario de sus compromisos electorales, se niega a someter a consulta ciudadana los recortes y renuncia a mejorar en el futuro. El año 2013 apunta todavía peor, con un presupuesto más restrictivo, con más ajustes, superando una nueva y terrible barrera de 6 millones de parados. Con situaciones tan absurdas y dramáticas como que pagamos sólo de intereses de la deuda 38.590 millones de €, más de lo que dedicamos a prestaciones al desempleo.
Y el régimen bipartidista de la restauración borbónica de 1975 está agotado. Padecemos lo que hace el PP, conocemos lo que ha hecho el PSOE. Éste, en vez de cambiar y renovarse, anda tocando la lira mientras el país arde, atrapado en las rutinas burocráticas de su aparato y fiándolo todo a una oposición mellada.
Seguramente estamos en vísperas de un estallido social. Pero nos pasa como a los sismólogos cuando ven que hay dos placas que están entrando en colisión, que saben que se va a producir un choque, un terremoto o tsunami, pero no cuándo va a ser exactamente. Puede ser en años, meses o días. Puede ser por cualquier motivo o desgracia, un desahucio con resultado de muerte, una manifestación reprimida brutalmente, nadie lo sabe. Pero es evidente que las cosas se están calentando, que personas superpacíficas verbalizan su inmensa indignación, que el gobierno sigue con su voluntad de seguir acabando con todos los derechos y no le gusta que le protesten, quedándole únicamente la vía represiva. El encarcelamiento del joven vallecano Alfon Fernández es muy significativo de cómo toma el poder rehenes para intimidar a los que protestan. Es muy inquietante la nota de prensa del Sindicato Unificado de Policía que preguntaba “Señor ministro, ¿está usted y su Gobierno buscando un muerto en España, sea ciudadano o policía, que distraiga la atención y justifique actuaciones futuras de más contundencia hacia quienes se manifiestan contra su Gobierno?”
Sólo el pueblo puede cambiar las cosas, movilizado en la calle, exigiendo la caída de un gobierno incapaz, pidiendo elecciones generales, planteando un proyecto de regeneración democrática, constituyente. Recuperando la ciudadanía el valor de la política. Nos falta ser capaces de organizar una alternativa política plural que asuma el papel histórico de salvar a este país del inmenso saqueo que está padeciendo y le devuelva la esperanza en sí mismo y en el futuro. Nos falta que las mareas pasen a ser revoluciones de colores. Las personas ya estamos en la calle todos los días, sólo nos falta un tranvía en la Puerta del Sol, para subirnos a él.