Tengo cáncer. Uno de esos que se extiende por tu sistema linfático devorándolo poco a poco y al final te mata. No fumo, no bebo, no me drogo, como equilibrado y practico deporte de vez en cuando. No es hereditario. No lo tengo por ninguna imprudencia que haya cometido durante mi vida, ni por ninguna irresponsabilidad.
Sin embargo el gobierno ha decidido castigarme. A partir de este año tengo que pagar un impuesto de un euro cada vez que compro una medicina que me receta mi hematóloga. No son recetas que me pueda hacer yo mismo, son las que me manda la experta en medicina que me atiende porque cree que las necesito. Algunas son para evitar que se desarrollen otras enfermedades adicionales aprovechando que mi sistema inmune está destrozado; otras son para evitar el dolor de la quimioterapia. Lo terapia que evita que no me muera produce dolor. Mucho dolor. El dolor tiene la propiedad de que aplasta tu mundo y te obliga a enfocarte todo el día en él. No puedes hacer nada, y lo peor es que ni siquiera puedes descansar, tienes que vivir tu dolor. Son dolores que no se pueden imaginar aunque uno los cuente, desgraciadamente hay que vivirlos para comprenderlos. Es una experiencia que no sirve para nada, y lo realmente terrible es que estás atado a ella. Sabes que puntualmente cada dos semanas vas a tener que enfrentarte a una nueva sesión de dolor. Durante muchos meses.
Por ello, repito, el gobierno ha decidido castigarme. El gobierno cree que debo pagar más por luchar contra el dolor y contra la enfermedad. El gobierno ha puesto un impuesto a la vida.
No va dirigido a hacer pagar a los que más tienen, y por tanto más pueden ofrecer; no va dirigido a los que han obrado incorrectamente, y por lo tanto pretendemos penalizar para que cambien su actitud; va dirigido a los que quieren vivir.
Y el impuesto funciona. Los jubilados con rentas absurdas, las personas sin recursos, los que generalmente gozan de peor salud y por tanto necesitan más recetas, serán ahora incapaces de comprarlas todas, empezarán a vivir peor, y con el tiempo su muerte se acelerará. Lo que no consiguen las multas de tráfico, lo que no consigue un sistema penal y carcelario que sólo produce reincidencia, lo que no consiguen las multas fiscales, aquí sí triunfará. El impuesto contra la vida producirá muerte.
No hay ningún argumento, por mucho que venga de supuestos expertos en economía, del ministerio alemán, de organismos internacionales o de quien sea, que pueda justificar esto. Es totalmente inconcebible pensar que diseñemos una sociedad donde se necesite penalizar la vida. No hay debate posible en esto. Y todos los que están poniendo en marcha o permitiendo por omisión la construcción de este sistema de muerte, algún día serán llevados por nosotros ante la justicia y pagarán por esta atrocidad. No olvidemos sus caras ni sus nombres.
Mientras tanto, podemos dirigirnos orgullosos y felices a nuestras farmacias a desobedecer este impuesto de muerte. Lo único que tenemos que hacer es decir en la farmacia que no vamos a pagar este impuesto, y al momento los farmacéuticos nos ofrecerán un formulario donde señalamos nuestro acto de desobediencia. Lo rellenamos y sólo tendremos que pagar el valor de la receta. Vamos a negarnos todos y vamos a colapsar sus sistemas con nuestros formularios de vida.
Por supuesto el gobierno intentará cobrárnoslo más adelante, posiblemente incluso penalizándonos más todavía. Pero cuando llegue el momento volveremos a negarnos. Desobedeceremos una y otra vez, porque el sistema no puede hacer nada. Porque el sistema realmente somos nosotros. Y cuanto más desobedezcamos y más seamos conscientes de esto, antes podremos quitarnos a estos criminales de encima y empezar a construir el mundo en el que realmente queremos vivir nosotros, los ciudadanos.
Yo ya he empezado a hacerlo. Y me siento más vivo que nunca.
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