Mi coño, tu coño (con perdón)

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Publicado por Republica 
Por: Diana López Varela

Es bastante probable que a simple vista parezca que tengo un coño normal: tiene sus labios (internos y externos), su clítoris justo encima, su vagina en medio, su vello púbico (más del que me gustaría)… absolutamente nada con lo que sorprender al personal (con el gustazo que tiene que dar ser hermafrodita). Pero, desde mi punto de vista, mi coño tiene una particularidad bestial: es mío, y yo decido lo que entra y lo que sale de él.
Cuando una mujer es consciente de su sexualidad y de su cuerpo, que no es ni más ni menos que una parte importantísima de su vida, sabrá qué tiene que hacer con su coño. Del mismo modo en que aprendimos a no meter los dedos en los enchufes (sinceramente, no conozco ningún caso de muerte por choque eléctrico) o a no echar las piernas a la vía del tren, sabemos lo que hacer con nuestros órganos sexuales. Cualquier mujer inteligente, que sepa utilizar sus manos y sus piernas y alimentarse solita sabrá cómo utilizar su coño. Las mujeres, señor Ministro, no somos deficientes por defecto. Puede que usted haya tenido malas experiencias, pero le advierto que abusar de una persona deficiente no está bien visto. Ni siquiera en España.
Dicho esto, yo me considero una mujer competente, autónoma y lo suficientemente adulta como para saber si quiero procrear o no. Del mismo modo, considero que absolutamente todas las mujeres que conozco y con las que tengo relación: mis amigas, mis compañeras de trabajo, la dependienta del Zara, la de la gasolinera, la contable de mi padre, mi madre o mis cuñadas, están sobradamente capacitadas para saber qué hacer con sus respectivos coños. Lo cual, además, no deja de ser una decisión personal que de ninguna manera me afecta a mí. Bastante trabajo me da el mío (depilaciones, citologías, menstruaciones…) como para preocuparme del de la vecina.
Pero partiendo cómo partimos del principio de que la inmensa mayoría de la población española es medianamente inteligente me pregunto yo qué coño –con perdón- le importará a usted señor Ministro, a la Iglesia y a la panda de fachas que pasean carteles asquerosos mientras defienden guerras que matan a niños (de los carne y hueso), lo que sale de MI COÑO.
Porque yo follo con quien quiero, Alberto. Y como quiero. Como soy una mujer inteligente, utilizo métodos de anticoncepción que, dicho sea de paso, son una barrera contra las indeseables enfermedades de trasmisión sexual. Sepa también, que prácticamente ningún hombre –inteligente, a mi entender- con el que me he acostado se negaría a tener sexo sin protección la primera noche. Y que algunos hombres –inteligentes, por supuesto-, lo pidieron expresamente. Si yo, nublada por el calentamiento o por el amor que sentía hacia esa persona, hubiese cedido y hubiese aceptado mantener relaciones sin preservativo quizá me hubiese quedado embarazada. Quizá también me podría haber quedado embarazada con mi pareja, por haber jugado algún día más de la cuenta –las relaciones son un juego de dos, a mí la masturbación no suele embarazarme-, porque falló el método anticonceptivo –fallan, se lo aseguro- o porque esa persona me obligó a hacerlo. Afortunadamente, a mí no me ha pasado. Pero si me hubiese pasado, yo, mujer inteligente, hubiese querido abortar.
¿Sabe por qué? Tengo 27 años, he estudiado, soy profesional y NO quiero ser madre en estos momentos. Además, creo que tengo derecho a equivocarme como usted y como alguno de sus cuatro hijos, que, seguro, alguna vez debieron de haber practicado sexo sin haber convertido ese polvo en un ser humano.
Tengo derecho a abortar sin ser estigmatizada por ello y a hacerlo en las condiciones médico-sanitarias que se esperan de un país europeo en el año 2014. Tengo derecho a no joderme la vida porque un día algo salió mal y ni usted, ni mis padres, ni un cura, ni un psiquiatra ni el mismísimo Dios aparecido en la Tierra pueden negarme mi derecho a decidir lo que sale de MI coño.
Porque entonces, cuando yo y otras mujeres demos a luz, y en el hipotético caso de que todo saliese bien, tendrían usted y su gobierno que hacerse cargo de todos los hijos no deseados que llevan mala vida porque sus padres simplemente, no estaban preparados. O no podían darle un hogar. O no se conocían casi entre ellos. O no podían alimentarlos correctamente, o comprarles sus medicinas. Cosa, que, como bien sabrá, pasa cada día en España. Una nación que tiene el vergonzoso honor de tener a casi un 30 por ciento de la población infantil viviendo bajo el umbral de la pobreza, sólo por detrás de Bulgaria y Rumanía en el conjunto de los 27 países de la Unión Europea.
¿Sabe usted, señor Ministro, cuántos niños hay tirados ahora mismo en las calles de España? ¿O sin calefacción? ¿Y sabe los que comen todos los días lo mismo? ¿Se ha preocupado de conocer a aquellos que llevan los zapatos rotos al colegio? ¿Y a los que no han podido comprar un abrigo este año? ¿No le dan pena? A mí, sí. Lo que no me da pena es un embrión de pocas semanas que, sintiéndolo mucho señor Ministro, ni siente ni padece y que, efectivamente, podría convertirse en algo mucho más importante y entonces sí –y no antes- merecería toda su atención y la de su gobierno. Mientras tanto, amantes como son de la vida, deberían de preocuparse de que yo y el resto de las mujeres de este país tengamos una vida digna, estemos sanas y traigamos hijos deseados al mundo que tendremos que cuidar, inteligentemente, el resto de nuestras vidas.
A veces cuando lo escucho, señor Ministro, me hace sentir usted como mi gata. Le contaré que he tenido que esterilizarla porque la pobre no dejaba de traer hijos al mundo que no podía mantener, ni yo tampoco. Ella, simplemente, se acostaba con varones sin saber lo que hacía ni sus consecuencias. Tuvo dos partos múltiples. Como mi gata es un animal, si yo hubiese querido habría abandonado a todas esas crías, o las habría matado –qué más da, son gatos- Pero no hice eso, me preocupé de cuidar a cada uno de esos gatitos y de buscarles un hogar donde los quisiesen. Me preocupé, además, de llevar a mi gata al veterinario cuando enfermó después del parto –y de pagarlo-. Y después, me responsabilicé de que mi preciosa gata no volviese a quedarse embarazada otra vez. Porque no me gusta abandonar a los animales. Y menos, a las personas. Ojalá ustedes cuidasen a las ciudadanas de este país tanto como yo a mi gata.

Tu coño
Es Nochebuena de 2013 y mientras escribo esto más de 76.000 personas han leído el artículo que escribí hace dos días donde, simplemente, daba voz a MI coño, como afectado figurado de la nueva ley del aborto propuesta por el señor Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón. Pero todos sabemos que los afectados no son sólo los coños. Nuestro coños, amigos, tienen dueña: NOSOTRAS.
He recibido cientos de mensajes a través del blog y de las redes sociales. Si pudiese hacer una estadística matemática os aseguro que más de 90 por ciento de los comentarios están a favor de mi opinión. Muchas personas, y os lo agradezco, han escrito incluso sus historias personales. Y aunque yo sea una mujer muy cachonda –siempre he creído que el humor es un arma- lo que se cuenta en los comentarios (mucho más interesantes que mi artículo) son testimonios de hombres y mujeres con miedos y preocupaciones y que no se toman, desde luego, esto del aborto como un “paseo por el parque” como señaló, muy acertadamente, una de mis lectoras.
Parto de la inteligencia de las personas adultas. Sé que hay personas que, por su edad, su situación social o económica, sus presiones –familiares, laborales, sociales- o su religión o creencias no pueden permitirse pensar libre y sensatamente. Entonces, hablemos de educación, que es un tema que tenemos bastante olvidado en este país. Educación sexual, educación cívica y educación moral. Y de protección. Protejamos a las mujeres que se encuentran en una situación de desamparo o que, y esto no es broma, tienen alguna discapacidad que les impide tomar decisiones de manera autónoma. Hagámoslo, señores del Gobierno, pero legislen -con excepciones- para una mayoría de ciudadanos adultos y responsables que tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos y, lo más importante, sobre el destino de sus vidas y de las de sus hijos.
Hablaré del 10 por ciento de personas que creen que lo que sale de mi coño y del vuestro es un tema que merece ser discutido en los pasillos del Congreso y legislado dictatorialmente por señores que ni nos conocen ni les importamos una mierda. Una mierda. Una puta mierda. Y esto, llevan años demostrándolo. Las sotanas mueven más influencias que todos nuestros coños gimiendo al unísono. Qué pena.
Para vosotras –y vosotros- os diré que, a diferencia de lo que opináis, a mí no me preocupa ni me molesta si parís o dejáis de parir. Si abortáis o no. Si tenéis un hijo o dieciocho. Si disfrutáis con el sexo u os da asco –lo siento por vosotras, de veras-. Si creéis que a la Virgen la embarazó una paloma o el Espíritu Santo. Si estáis convencidas de que vuestra hija de 25 años es pura y casta. No me importa y no me molesta. De hecho, si de mí dependiese jamás dejaría que una mujer –y, subsidiariamente un hombre- no pudiese elegir si quiere reproducirse o no. Y lo puntualizo porque alguien comentaba que mi hipotético aborto sería pagado por la Seguridad Social y, eso, era inadmisible.
Mujer, yo pago mis impuestos y mi Seguridad Social, hasta tal punto, que soy autónoma. Y mi tolerancia llega a tal extremo que cuando tus ocho hijos cojan la varicela, sean hospitalizados o peguen una paliza a un vagabundo en un cajero –y tengan que intervenir un fiscal y un juez- parte de mi dinero se utilizará para movilizar los recursos y al personal humano que sean necesarios. Entonces, ¿qué coño me estás contado? Tu parto cuesta dinero. Tu hijo no cotizará hasta pasados los 20 y será atendido –espero- por la Seguridad Social aunque tú estés en el paro o no hayas pegado palo al agua en tu santa y divina vida.
¿Pero qué tenéis en la cabeza? ¿Vais a cuidar a mi hijo? ¿Si sale con una grave discapacidad correréis con sus gastos y os ocuparéis de que mi vida no se convierta en una peregrinación de hospitales, pesadillas y colectas públicas? ¿Me queréis vacilar, verdad?
Haced lo que queráis con vuestros coños. Y sí, diré coño hasta que me muera. Y las que me dicen que soy “una niñata maleducada” y que escribo “como una barriobajera” os diré que soy Licenciada en Periodismo, tengo dos másteres y un léxico lo suficientemente amplio como para utilizar palabras asépticas que no dañen vuestra moral católica. Pero es que a mí me encanta la palabra coño. Refleja todo lo que quiero transmitir: la cruda realidad. Mucho más que “vagina” o “aparato genital femenino”. Es algo con fuerza, que todos entendemos.
El día que descubráis que vuestros coños no sirven sólo para parir quizá, empecemos a entendernos. Os deseo suerte.

 

 

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