Marta y Gonzalo (relato de Yayo Santiago)

 

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Gonzalo:

Acabo de regresar del cementerio. Hemos incinerado a Marta. La hemos despedido con dolor y rabia. Tú no estabas. Sé que has huido y estás en paradero desconocido después de ejercer sobre ella la última humillación. Has dispuesto de ella más que nunca; la has matado dos veces: físicamente, ahora ; mental y anímicamente , por anulación, anteriormente

Era mi amiga, como tú lo eras. Ni ella ni tú, por distintos motivos, podréis serlo ya, de ahí mi rabia y mi dolor. Os casasteis con planes para ser felices. Creo que lo fuisteis por un tiempo; siempre se es feliz un tiempo ¿verdad?, pero…  he seguido el decaimiento de Marta, lo hemos compartido. Ya no reía conmigo los hallazgos de la cama en común ni las anécdotas de la convivencia. Ya hubo silencios. Tuvo propensión a las caídas, justificadas siempre, aunque tuvieran en la mejilla el reflejo de cinco dedos estampados en rojo. ¡Y ella te justificaba, te creía desbordado por las presiones, el estrés! ¡Cuánto te quería aún!… Gonzalo, te conozco de mucho. Sé que te has hecho a ti mismo, que nadie te ha regalado nada. Todo lo que has tenido lo has arrebatado, basándote en una “fortaleza” de la que tú siempre has alardeado. Siempre has dicho que hay que elegir entre ser yunque o martillo, que tú lo tenías claro. Marta, te enamoró. Ella te veía su héroe, cuidaría de asegurarte tu descanso de guerrero, ¿no? ¡Cómo te afirmaste!.. En ella tenías la seguridad de ser el jefe de tu casa. Sería tu yunque.

Gonzalo, la vida en común está hecha de continuos compromisos, de equilibrios. ¿Qué te hizo pensar que, por ejemplo, el sexo, su plazo,  frecuencia y ritual eran algo que sólo los machos como tú podían ejercer cómo, cuándo y dónde les cuadrara, sólo porque tú eras el héroe fuerte? ¿Qué te indujo a relacionar el control de las apetencias de Marta con la circunstancia de que eras tú el que traías el dinero a la casa, y, por lo tanto, merecías atención,  buena cocina, limpieza y sexo, todo optimizado y al nivel de tu “valía”?. Porque Marta, en sus llorosas confidencias sobre el origen de tu problema me informaba de tu colérica reacción cuando no recibías lo que tú creías era preceptivo. Me hablaba de tu inseguridad en el sexo, cómo la acusabas de indiferente, cuando no de frígida. A veces, fíjate, me insinuaba que le reprochabas hasta de infiel…¡A Marta! ¡Qué ceguera, Gonzalo!. Empezaste a restringirle en lo económico como resorte coactivo que le recordara tu autoridad, te pusiste como objetivo hacerle ver quién mandaba, quién dependía de quién, quién abusaba de quién en la casa. Te propusiste apagar las protestas a base de humillaciones y malos modos. Creías que, fomentando el “síndrome de Estocolmo”, iría a ser más tuya. Quiso trabajar y se lo impediste. Te costó simplemente una tarde de gritos y una bofetada. Quisiste luego rubricar tu triunfo con una violación legal. Convertiste en costumbre el desprecio y el ninguneo. Llegaste a prohibirle que hablara conmigo ¿Cómo te extrañó que en una de sus crisis te comunicara su intención de liberarse? Aquel día, según me lloró Marta, no hubo gritos; en voz muy baja susurraste el paradigma de tu enfermedad: “Tú, mía. Si te vas, te arruino. Si con otro, te mato”.Sólo su cuello, preso entre tus manos, contrastó con la palidez de su rostro al oírte.

Gonzalo, me tiembla la mano no sé si de indignación o de pena por ti. Cuando te presentó documentos de separación, la acribillaste a puñaladas. Has huido. Igual piensas en el suicidio, pero te sabes cobarde. Esta carta es para animarte a vivir, a ser hombre por una vez, acudas a quien ayude a ver lo que has sido, lo que eres y en qué te puedes convertir. Es para que equilibres en lo posible la infamia entre la pérdida de su vida y tu pérdida de libertad. Si pudieras transformar tu vida en el testimonio público ante  seres con problemas como el tuyo, quizás, sólo quizás, Marta te envíe un beso desde el más allá.

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