Los niños que no pudieron ver el mar

Pasando lista. Arriba, Emerenciana Palacios, Soledad Palacios, Antonio García, el maestro Antoni Benaiges, Anita Ortiz, José Cuesta y Lucía Carranza; en medio, Vicente Ortiz, Valeriano Palacios, Baldomero Sáez, Isaías Cuesta, Paula Labarga y Primitivo Díez; sentados, Cecilio Díez, Vitora Ruiz, Florentino Sáez, Matías Palacios y Natividad Hernáez. :: R. C.2 _EscribanoOK.indd

 

El maestro de Bañuelos de Bureba prometió a sus alumnos que conocerían el Mediterráneo en el verano de 1936. Estaba de vacaciones, pero regresó al pueblo para preparar el viaje. Ese julio estalló la guerra y los sublevados le ‘pasearon’. Su cuerpo ha aparecido en una fosa común

 

 

Esta es la historia de un destino contrariado. Antonio Benaiges, el maestro de Bañuelos de Bureba (Burgos), prometió a los niños que les llevaría a conocer el mar, pero lo mataron de un tiro en la nuca antes de poder cumplir su palabra. Su cuerpo apareció hace un par de veranos junto a otro centenar de personas en una fosa común, en el monte, en un paraje de robles, quejigos y carrascos al que llaman La Pedraja.

El único mar que habían contemplado los pequeños es el océano de cereal donde, esta primavera tardía, las rachas de viento forman verdes olas de espigas. Antoni Benaiges les hizo soñar. Un día de 1934 llegó a este pueblo de apenas 200 vecinos, sin agua corriente ni electricidad, una pequeña imprenta encargada por el maestro. Era la herramienta principal del método Freinet, un novedoso modelo educativo que perseguía la cooperación en la escuela, la igualdad desde el trabajo en común.

Los pequeños aprendieron de la mano de Antón, como llamaban al profesor, a componer los tipos de plomo, a cortar los pliegos y resmas de papel verdoso, a manejar las tintas y a imprimir. Ellos eran también los autores de los textos y de los dibujos y grabados. Bautizaron ‘Gestos’ al boletín. Del primer ejemplar, de enero de 1935, no se conserva más que una portada: todos fueron quemados en una pira junto a la escuela con el triunfo de los golpistas en la Guerra Civil. Los mayores recuerdan que trataba de las costumbres y los romances de Bañuelos, de la tabera que se armaba en Briviesca, jugándose los cuartos a ‘taba o culo’, de las canciones que entonaban junto a sus padres cuando dejaban las clases para segar la esparceta o pipirigallo, de los juegos que entretenían las largas y oscuras noches del invierno, del lobo que se asomaba entre las lomas… El profesor aprendía de sus niños.

En el cuadernito de enero de 1936 el tema monográfico fue el mar. Benaiges, hijo del estanquero y cosario de Calt Reverter, en Mont Roig (Tarragona), les pintó con palabras sencillas aquella extensión azul e interminable bañada por el sol, donde había hombres que se ganaban el sustento con las redes y, otros que, indolentes y plácidos, paseaban entre sus arenas o nadaban en las aguas acogedoras y cálidas. En aquellas cabecitas mesetarias, el fulgor y la enormidad del mar cupo a duras penas.

Anita Ortiz aparece en la foto principal del reportaje con una estola de raposo sobre los hombros. La niña, que moriría poco meses después de la visita del retratista, escribió del mar: «El agua estará más caliente que la de los ríos. Y debe ser muy salada. El mar es donde se va a baños. Por él pasan los barcos. Al lado habrá alguna casilla, para secarse cuando salen de bañarse. En la orilla debe haber arena».

Y Emerenciana Palacios, chavala de aire muy decidido y despierto, resumió en unas pocas líneas su esperanza del Mediterráneo: «El mar será muy grande y muy hondo. La gente se echará a nadar. En el mar pescarán la merluza y el bacalao, toda la clase de pescados. Habrá mucha arena. El maestro nos ha dicho que nos va a llevar a verlo y que nos echaremos a nadar».

Pero eso nunca sucedió.

Callar para sobrevivir

«La imprenta en la Escuela -dejó escrito el profesor- es una ventura. Libera al niño de su peor enemigo: el maestro. Hablo en serio… El maestro tiene que demostrar que educa. El niño tiene una personalidad, tiene valores propios y característicos. Educar ha de ser algo que respete estos valores, que no los falsee o reduzca». Aún a nuestros ojos, Benaiges era un revolucionario.

«Si la primera víctima de una guerra es la verdad, la primera víctima de una Guerra Civil es la esperanza», resume Sergi Bernal, coautor de ‘Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar’ (Ed. Blume), una obra que reconstruye la terrible historia de unos críos a los que arrebataron la ilusión. Además, los chavales tuvieron que enterrar a todo correr la memoria, los juegos y la promesa incumplida del maestro para no comprometerse o poner en apuros a sus padres, y aprenderse a todo correr las soflamas del nuevo orden impuesto. «Aquellos 32 niños burgaleses tuvieron que olvidar para sobrevivir y para olvidar aprendieron a callar», apunta Bernal.

«Yo era pequeño y todavía no iba a la escuela, pero recuerdo que el maestro era amigo de los niños. De otros maestros tratábamos de escondernos, pero él jugaba con nosotros. Estaba bien considerado. Enseñaba a los niños a pensar. Los niños -recuerda Jesús Carranza, testigo de aquellas industrias escolares- cambiaron a un maestro que les pegaba con una vara y les castigaba, por éste que les llevaba de excursión, les enseñaba y hasta les compraba comida».

Hoy, Bañuelos de Bureba, a escasos ocho kilómetros de Briviesca, es un pueblo con apenas 30 vecinos, semidespoblado. Los chicos de la foto emigraron a Barakaldo, Burgos o Valladolid. La mayoría han muerto ya, explica el alcalde Jesús Viadas. Provisto de la llave de la escuela, Viadas nos introduce en aquel ámbito progresista e igualitario, hoy medio derrumbado y colonizado por polillas y nidos de golondrina. Una placa de metacrilato con una frase de Benaiges («Respetemos al niño, que sea niño y sienta luego la necesidad de ser hombre») colocada en el mismo lugar en que el retratista tomó aquella foto apresurada recuerda el paso del maestro entre 1934 y 1936.

Caminamos por las dependencias que usó Benaiges como cocina y dormitorio y ascendemos al primer piso donde se conservan cuatro pupitres de la época, un frasco de tinta, rollos más modernos con vírgenes y santos de la Catequesis, una esmerilada botella de anís y la desbaratada caja de tipos de la imprenta infantil, el único resto de aquella quijotesca aventura. Viadas destaca que aquellos pocos años del maestro en el pueblo pusieron a Bañuelos en el mundo. «Benaiges buscó suscriptores para poder mantener el boletín. La revistilla le llegaba al mismísimo Niceto Alcalá Zamora al Palacio Nacional. Hay suscriptores de toda España y, también, de Cuba, Andorra, Inglaterra… En esos cuadernillos está la vida completa del pueblo», suspira.

Duele pensar cómo se truncó aquel futuro.

«Benaiges representaba la pasión por la enseñanza, un valor universal que se ve amenazado en estos tiempos de recortes. Lo fusilaron porque en la Guerra Civil los maestros, que en la República eran una pieza clave para acabar con el atraso y la ignorancia, se convirtieron en objetivo militar. Me impresiona -apunta en el libro el escritor Francesc Escribano- su modo de ser feliz, entregado a una vida sencilla junto a 30 niños de un pueblo perdido. Junto a él descubrieron la libertad. Aquel maestro pretendió hacer la revolución en la Bureba».

A los viejos aún les cuesta esfuerzo hablar de aquellos días. Los pocos supervivientes prefieren callar. A Benaiges no solo le fusilaron los rebeldes y le enterraron a escondidas. Le incoaron un expediente de depuración después de muerto para retirar hasta su memoria de la instrucción pública. Conservar alguno de sus cuadernos suponía una sentencia de muerte.

Benaiges debía estar de vacaciones en aquel aciago mes de julio, pero volvió a Bañuelos a buscar a los niños, para cumplir con la palabra dada. Pero la promesa del mar acabó en una fosa común.

http://www.lasprovincias.es/v/20130616/sociedad/ninos-pudieron-20130615.html

 

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